Aprendiendo a catar el vino

Ya prácticamente tenemos completada nuestra ruta enológica por el municipio de Tegueste, estamos ansiosos de poder mostrárosla ya, pero como aún nos faltan algunos detalles para que sea perfecta y logremos una experiencia inolvidable… ¿Qué tal si entramos un poco al trapo? Ya que se trata de catar el vino de las bodegas visitadas y no solo de una caminata, ¿qué les parece si hoy aprendemos los truquitos básicos que cualquiera debe saber antes de acudir a una cata? Allá vamos…

Cuando acudimos a una cata de vino, lo primero que se nos recomienda es no llevar perfume para así no mezclar olores, ya que – por si no lo sabíais – toda cata tiene una fase olfativa. Al entrar en nuestras bodegas colaboradoras, observaremos varias copas, puesto que no vamos a disfrutar de vinos distintos en una misma copa, perderíamos la esencia de cada uno de ellos. Piensen ahora que ya estamos dentro de esa habitación donde comenzaremos nuestra cata. Primera copa de vino, y a comenzar a disfrutar. Con nuestro esquemita bien hecho, primero miramos(fase visual), luego olemos (fase olfativa) y por último probamos (fase gustativa).

Comenzamos entonces la cata visual, nos descorchan la botella y nos sirven un poquito de vino en la primera copa, en lo que vamos oliendo el corcho, dándonos pistas. Evitando calentar el vino, cogeremos la copa por el tallo o la base de la misma, inclinándola unos 45° sobre fondo blanco (como por ejemplo un papel escrito). Una vez colocados, procedemos a observar el color y conocer su edad; así decimos que es un vino joven cuanto más rubí o cereza sea su tonalidad, mientras que si se observa granate o teja, un tono más anaranjado, hablamos de un vino de crianza, más envejecido. Lo mismo distinguimos entre capa alta o capa baja, viendo si podemos leer el texto de atrás claramente o prácticamente no se lee. En el primer caso es un vino de capa baja siendo, por tanto, el segundo un vino de capa alta.

Pero no solo miramos el color, también podemos predecir en esta cata la densidad del vino. Y es que, cuando hablamos de densidad nos estamos refiriendo a la concentración de alcohol o su graduación, cuanto mayor sea la densidad, mayor sea la graduación. De modo que para esta determinación, moveremos ligeramente el vino por la copa, observando como caen lágrimas de vino. A menor velocidad de caída, mayor es la densidad y, por ende, lleva más graduación alcohólica.

Ya terminamos de observar el vino y procedemos a olfatear, y es que el olfato es uno de los cinco sentidos básicos del ser vivo, y resulta que a nosotros como buenos catadores de vino, también nos resulta imprescindible. Sin miedo, y sin agitar el vino, metemos la nariz en la copa, con al misma inclinación que ya le habíamos dado, y olemos. Primero, localizamos los aromas primarios, de naturaleza frutal o vegetal, ya que se corresponden con los olores de la uva, materia prima de este gran producto canario. Ahora sí, agitamos la copa, pero ligeramente, para que el vino entre en contacto con el oxígeno del aire y conseguir que desprenda más aromas, los conocidos como secundarios, aquellos que resultan de la fermentación alcohólica o maloláctica, y de los que nos percataremos más en vinos jóvenes. Agitamos ahora más enérgicamente, pero sin pasarnos, dando paso a los aromas terciarios, denominados bouquet, unos aromas más complicados de determinar. Estos últimos se desarrollan durante la crianza del vino y después; y los clasificamos en diferentes familias (vegetal, animal, torrefactos, frutos secos, etc.).

Ricos aromas, y nos desplazamos al exquisito sabor de nuestros vinos. Toca poner en juego nuestro sentido del gusto, utilizar la boca, la lengua para divisar los distintos sabores, y disfrutar por completo de tal exquisitez. Hablamos de ataque cuando nos referimos a las primeras sensaciones que percibimos cuando el vino nos llega a la boca. Jugamos con la lengua pasándolo de un lado al otro, e intentamos apreciar los cuatro sabores básicos (salado, dulce, ácido y amargo). Denominaremos redondo, al vino que logre un equilibrio perfecto entre los cuatro sabores. Seguimos jugando con el vino en la boca y comenzamos a distinguir la textura, que definiremos a partir de adjetivos como seda, terciopelo o satén; y entra en juego el tacto, notando suavidad o untuosidad positivamente, o bien astringencia o rugosidad negativamente. Y seguimos por la vía retronasal. Una vez tragamos el vino o escupimos, recomendado en caso de una larga y variada cata, expulsamos el aire por la nariz. Atentos, si durante un tiempo percibimos las mismas sensaciones, diremos entonces que es un vino de larga retronasal.

Y ya llega el final de la primera cata, así que destacaremos como ha sido la sensación final que nos ha dejado este vino. Podría ser tánico, ácido, … o puede tener un final no tan definido, incluso uno poco agradable, como diríamos un final sucio. Terminamos con la persistencia de este final, y según la duración, menos de dos segundos o entre nueve y doce, hablamos de vinos cortos en el primero de los casos, o en el segundo, de vinos mediano, largo o incluso muy largos.

Y fin. Termina la primera cata. Así, aunque no seamos unos expertos en la materia, ya sabemos como movernos en el mundillo y quedar como dioses, entonces qué, más ganas aún de comenzar la experiencia? Nos estamos muriendo de ganas por disfrutar con vosotros de esta experiencia. Ya… ya, prontito llega. ¡Os esperamos pronto!